Zona de confort: la trampa elegante del miedo disfrazado
La zona de confort no es un lugar de descanso, es una cárcel bien decorada. Desde el coaching, exploro cómo el miedo se disfraza de prudencia y cómo romper esa ilusión puede cambiarlo todo.

Hay frases que repito mucho como coach, y una de ellas es: “La zona de confort no es cómoda, es simplemente conocida.” Detrás de esa familiaridad se esconde algo más profundo: el miedo. Y lo que más me incomoda no es su presencia —todos lo sentimos— sino la forma en que se disfraza. Porque el miedo no siempre se presenta como una alarma clara. A veces se maquilla de prudencia, de lógica, de sentido común. Nos susurra: “Ahora no es el momento”, “Tal vez más adelante”, “No tiene sentido arriesgar tanto”. Y si no estamos atentos, le creemos. Lo que me genera más resistencia, incluso como coach, es ver cómo normalizamos la parálisis. Cómo convertimos la comodidad en un valor absoluto, como si no pagar el precio del cambio fuera gratis. Pero no lo es. La zona de confort también cobra peaje: proyectos postergados, conversaciones evitadas, vidas que se achican lentamente. En mi experiencia como corredor de maratones, he visto este patrón también en lo físico. El cuerpo se acomoda a lo que ya conoce. Si no lo desafías, se oxida. Y lo mismo ocurre con el alma, con la mente, con nuestros sueños. La incomodidad —cuando es elegida con propósito— no solo es necesaria, es vital. Desde el coaching trabajamos justamente ahí: en la línea delgada entre lo que una persona dice que quiere… y lo que está dispuesta a hacer. A veces, lo único que falta es evidenciar el disfraz. Nombrar al miedo. Y entonces, el cambio se vuelve posible. No es magia. Es conciencia, decisión y mucha práctica. ¿Qué zona de confort estás llamando “realismo” hoy?
