Volver a empezar desde cero: cuando todo se cae, pero tú no
Perdí días de trabajo, toda la información de un proyecto en el que había puesto alma y agallas. Pero a veces, la ruina es el terreno más fértil para reconstruir.

Hay días que terminan con un clic.
En mi caso, fue el clic de una pérdida: el proyecto en el que había estado trabajando por días desapareció. Toda la información, las horas, el esfuerzo mental… se esfumaron. Y aunque no soy programador de profesión, me había metido de lleno en ese código como si lo fuera. Aprendiendo, resolviendo, avanzando con esa mezcla de torpeza y pasión que tienen los que no saben del todo, pero no se detienen.
Esa noche me fui a la cama mentalmente agotado. No frustrado. Agotado. Como si me hubieran vaciado por dentro. No había rabia siquiera, solo ese silencio seco que queda cuando algo se cae y uno sabe que no hay manera de pegarlo.
Avisé a todos lo que había pasado, y les pedí que no hablaran del tema. No tenía energía para explicaciones. Y a los pocos minutos, me quedé dormido. Profundamente. Mejor que en mucho tiempo. No sé por qué. Usualmente la frustración me da ansiedad, me roba el sueño. Pero esa noche fue distinto. Tal vez porque no quedaba nada más por hacer. Tal vez porque, en algún rincón, ya sabía que iba a seguir adelante.
Al despertar, me vino a la mente algo que había leído hace tiempo. Creo que era de un arquitecto famoso —tal vez Renzo Piano o alguien de su calibre— que decía algo como: “Derribar un edificio también puede ser parte del diseño”.
Esa frase se me quedó. Porque a veces uno construye sobre terreno que no estaba listo. O levanta estructuras que no eran lo suficientemente sólidas. Y duele. Claro que duele. Pero si lo ves con otros ojos, también es la oportunidad perfecta para rediseñar.
No hablo desde el optimismo barato, sino desde la terquedad del que no quiere rendirse. De quien se toma un café, respira hondo y vuelve al plano en blanco. No porque sea fácil. Sino porque no hacerlo sería traicionarse.
A veces hay que perder para aprender.
A veces hay que caerse para ver desde el suelo lo que desde arriba no se veía.
Y a veces, volver a empezar es menos una derrota que una declaración de carácter.
Hoy sigo sin recuperar ese proyecto. Pero estoy escribiendo nuevas líneas. De código. Y de vida.
Borré todo rastro de lo que quedaba. Sin intentar rescatar pedazos. Sin buscar culpables. Solo vacío. Y desde ese vacío, empecé a trabajar desde cero.
Porque al final del día, más pudo la necesidad que el coraje de perderlo todo.
Taza de café en mano, aquí estoy... sentado donde empecé y mal terminé.
Empezando de nuevo, y esperando terminar bien.