¿Corremos por locura o por conciencia?

Entrenar para un maratón no es solo físico: es una batalla silenciosa entre el cuerpo que grita y la mente que no se rinde. ¿Estamos locos por someternos a eso, o estamos buscando encontrarnos en medio del caos?

¿Corremos por locura o por conciencia?
¿Corremos por locura o por conciencia?

A veces me pregunto si entrenar para un maratón no es una forma bastante aceptada de perder la cabeza.
¿Quién en su sano juicio se somete, por gusto, a meses de madrugones, tiradas eternas, dolores persistentes y una ansiedad que se mete calladita, pero constante?

Pero la verdad es que, en lugar de alejarnos de nosotros mismos, todo ese proceso —duro, solitario, agotador— parece empujarnos directo hacia adentro.

He corrido dos maratones. Y en los dos llegué con el cuerpo tocado.
El primero estuvo a punto de caerse por completo: el sóleo empezó a dar problemas en las semanas finales y llegó el día de la carrera en huelga total. Durante la ruta, justo en el kilómetro 32, apareció la fascitis plantar y ahí se acabó cualquier romanticismo. Lo que vino después fue más resistencia mental que otra cosa.

En el segundo, también aparecieron molestias, pero esta vez supe cómo manejarlas sobre la marcha. Me sentía más preparado, más tranquilo. Todo iba relativamente bien... hasta que un gel con cafeína me hizo una mala jugada y mi objetivo se fue por la ventana. No fue el tiempo que esperaba, pero crucé la meta con una sonrisa honesta. Y eso, aunque no se mida en segundos, vale muchísimo.

Después de esas dos experiencias, sigo con la misma duda:
¿realmente estamos buscando un récord? ¿Una medalla más? ¿La validación de otros?

O tal vez —y esto lo pienso cada vez más— lo que de verdad buscamos es ese momento brutalmente honesto en el que no queda más que uno mismo, la respiración entrecortada, el cuerpo diciendo “basta” y la mente respondiendo: “todavía no”.

Quizá no estemos tan locos. O sí.
Pero si lo estamos, al menos es una locura que nos revela lo que somos capaces de aguantar, de transformar... de ser.

El “mímimo” y yo: cuando haces las paces contigo mismo sin darte cuenta
A veces la autoaceptación llega en un microsegundo, en medio de una conversación incómoda o un chiste que parece inofensivo. Esta es la historia de cómo hablé con mi “mímimo” y entendí algo más profundo sobre mí mismo… y sobre los demás.