Cómo el coaching transformó mi manera de correr maratones… y de vivir
Mi primer maratón me enseñó más sobre mí mismo que cualquier logro físico. El coaching me ayudó a transformar esa experiencia en crecimiento personal real.

Cuando corrí mi primer maratón no tenía idea de qué era el coaching; ni siquiera había escuchado hablar de eso. Recuerdo que esa mañana empecé lleno de emoción y expectativa, pero rápidamente las cosas cambiaron. La emoción inicial se convirtió en un dolor físico intenso que no solo limitó mis movimientos, sino que hizo aún más daño en mi cabeza. En el kilómetro 32, cansado, frustrado y mentalmente agotado, me detuve por completo y pensé seriamente en dar la vuelta, aunque solo me faltaban 10 kilómetros para cruzar la meta. En ese momento, la frustración pudo más que la satisfacción por los 32 kilómetros que ya había logrado recorrer. Finalmente, después de unos minutos en los que pude manejar mejor mis emociones, decidí continuar, aunque ya nada fue igual. Crucé la meta, pero sabía que algo profundo había cambiado dentro de mí.
Esa experiencia me dejó pensando por mucho tiempo. Me hizo darme cuenta de que había estado viviendo mi vida de forma reactiva, dejando que las circunstancias decidieran por mí. Aquel día de octubre en Chicago entendí claramente que necesitaba tomar las riendas, dejar de vivir según la supuesta realidad impuesta por otros y empezar a definir mi propia historia. Sin embargo, aún no sabía cómo hacerlo ni qué herramienta usar para darle sentido a todas esas emociones y aprendizajes que la carrera me había dejado.
Fue tiempo después cuando encontré el coaching. Ahí comprendí que aquel primer maratón había iniciado en mí, sin darme cuenta, un profundo viaje interior. El coaching fue la herramienta que me permitió organizar y darles propósito a esas vivencias. Comencé a entender mejor mis pensamientos, reconocer mis limitaciones y, sobre todo, a descubrir fortalezas que siempre estuvieron dentro de mí, pero que nunca había visto con claridad. Al conocerme mejor a mí mismo, empecé también a comprender profundamente a otras personas; entendí sus emociones, limitaciones y fortalezas con más empatía y cercanía.
Cuando llegó mi segundo maratón, mucho más exigente y retador que el primero, estaba lejos de tener una preparación física perfecta, pero mentalmente todo había cambiado: tenía una claridad interior que antes no existía. Sabía quién era, sabía qué podía hacer y qué no. Había aprendido técnicas específicas para identificar y desmontar esas creencias limitantes y esas historias falsas que me había contado sobre mí mismo. Pero lo más importante era que había dejado de juzgarme duramente. Ya no importaba lo que otros dijeran o pensaran sobre mí o sobre mi desempeño. Simplemente fluía con lo que la carrera me presentaba.
Aunque todavía no era coach certificado en ese momento, la fortaleza mental que había adquirido gracias al coaching me permitió manejar con calma los inevitables momentos duros que aparecen en una prueba de 42 kilómetros. Logré cruzar la línea de meta y esa llegada fue inolvidable; celebré profundamente mi logro, que también fue compartido con otras 55,646 personas, cada una enfrentando sus propias limitaciones físicas y mentales. Al final, todos lo conseguimos a nuestra manera, y todos vencimos esas barreras que alguna vez pensamos que eran imposibles.
Hoy, siendo coach certificado, miro hacia atrás y entiendo claramente que cada reto que enfrentamos en la vida es otro maratón más que estamos corriendo. Al igual que en esas carreras, lo importante no es únicamente llegar, sino cómo avanzamos, cómo nos hablamos a nosotros mismos en el camino y cómo le damos significado a cada paso.
Para mí, el coaching no solo me enseñó a correr mejor; me mostró cómo tomar el control de mi propia vida, cómo comprender a otros con verdadera empatía y cómo escribir mi propia historia paso a paso, kilómetro a kilómetro.